domingo, 11 de septiembre de 2011

Reconstrucciones y orinales democráticos



 “¿Tu sabes cómo se hace llamar este lugar? La casa de las momias!“ “ó el club prostático!”.  Se soltó la siguiente carcajada mientras se bebían las Coca Colas y el tinto los amigos de la infancia


Lo que inició la chispa fue hablar de un pasado. Muchos acuden para encontrar tímidamente a quienes puedan recordar lo mismo que ellos y hacer posible la felicidad que buscan. Es un café donde muchos van a reconstruir más que a perecer.

Álvaro, hombre de buenos modales, de más de 60 años esperaba inclinado a que el embolador acabara de brillar sus zapatos. “Aquí casi todos somos abogados por aquello de la tradición de que los juzgados estén ubicados en el centro y en Palo Quemao. Un ingeniero está ocupado en sus obras o fuera de la ciudad, un médico en su turno…Curiosamente también este café tiene los orinales abiertos a todo el que entre solo para eso. No he sabido por qué no cobran los dueños”. Lo último lo anotó a propósito de un anciano de muy avanzada edad con traje de celador de los ochenta (café) y medallas navales que entra todos los días al lugar a vaciar su vejiga.

José no había apartado de sus piernas el maletín negro de cuerina y sus ojos oscuros y brillantes hacían juego con su bléiser verde zapote. Pese a que Álvaro estaba en la mesa siguiente, estos dos no se percataban de la presencia mutua. José llevaba su Coca Cola 350 mlt a la mitad y Álvaro estaba empezando su tinto servido en pocillo de Café de Colombia. Una vez que el embolador se fue, quedó espacio libre para que se vieran mejor los señores y tampoco fue posible que aclararan su memoria.

Álvaro señaló con discreción a un muchacho que acababa de ingresar. De unos 30 años, con chaqueta deportiva y cachucha ingresó a los orinales mientras que daba insistentes miradas alrededor. Luego se dirigió a la barra a saludar amistosamente a una empleada  con un lunar arriba de la boca que servía los tintos en la greca modelo 56 de tres grifos. Mientras que conversaba con ella, seguía mirando a su alrededor y luego se sentó en una mesa a encontrarse con otro compañero de su edad, prosiguiendo con la misma cacería que hacían sus ojos.

 “Dicen las lenguas que este café sirve también de encuentro para homosexuales. Ese muchacho viene muy seguido aquí.. Muchas veces cuando algunos hombres llegan a cierta edad avanzada sus instintos sexuales se tuercen por decirlo así, entonces aquí se conforman unas parejas de un viejo que es el homosexual por llamarlo así y su parejo que va a ser un hombre de menor edad que el.  Una vez un señor, se me acercó y me preguntó que si se podía sentar. Pues yo por supuesto ya berraco,  le dije que no, que gracias. Entonces, ese muchacho que te señalo, le gusta conocer muchos señores  aquí, a mi no se ha acercado, pero si lo he visto”.  Los meseros, sin hacer preguntas ni oponerse, hacen envíos de bebidas a otros señores de parte de otros.


Dando clausura al tema homosexual, ingresó al lugar un señor de vestido gris y aspecto avivado.  Álvaro lo llamó con alegría: “Jairo!” y Jairo se acercó saludando primero a José. Álvaro con más alegría y curiosidad dijo: “ Yo ya se dónde se conocieron ustedes dos, en el San Fernando??” “Si se acuerda del hombre?” “Claro” “Pero yo no estudié en el San Fernando. Se acuerda de las 'cadenas y el automático'?” “jajaja, si, esas eran las de la época”  “Se acuerda de don Blass?....”.

Un hombre solo que estaba en la mesa de atrás, tomaba en silencio su tinto, según Álvaro, día tras día se ubica en ese espacio y no se pone de pie sino hasta pasadas 3 horas. Felipe Pirela que sonaba de fondo, hacia juego quizá para el pero no para el feliz encuentro de los amigos.  “Se acuerdan de los Lozano? Los de la droguería Su锓Si, en la avenida sexta. Por donde quedaba el teatro.  “y si se acuerdan de Hugo Ospina? Está pensionado, es ingeniero electrónico”. “Yo a veces voy a las Cruces, pero esa calle ya está vuelta una olla” “Es que en la época en que nosotros estudiábamos era un barrio común y corriente y hasta buenas familias” “Habían muchachos chéveres, muy modernos. Con autos y mujeres”.  “Yo conocí el barrio Santa Fé, cuando era un buen barrio. “Sí, gente buena, y también donde estaban todas las queridas (risas)”. “Es que señorita, antiguamente, las mujeres que atendían los cafés eran hermosas, pero eran prostitutas paralelamente, y uno le tenía que pagar un monto al dueño del café, en aquella época unos 10 pesos, si uno se quería ir con ella por la noche”.

En el oscuro café, los viejos conocidos reconstruyeron cada calle, establecimiento y cada persona sin saber incluso si algunos la vida se les acabó o no. José que estando en la mesa solo parecía uraño y mezquino, se transformó al encontrar los constructores de su felicidad, lo mismo para los otros dos. El muchacho joven presuntamente homosexual no había logrado engancharse con nadie. Una vez fuera del lugar y tras haber estrechado la mano de los amables hombres, de nuevo se vió el sol de las 2 pm y el caos contemporáneo. Un reggaetón que se oía a lo lejos mató lo que había vivido un par de horas antes.

martes, 28 de junio de 2011

¿Persiste la costumbre?


Nota

Marcela Ortiz Escobar

 
La puertecita café giratoria a modo que los turistas retiren los objetos que compraron sin ver el rostro de la mujer, sigue existiendo en el pueblo de Villa de Leyva en el Monasterio de las Carmelitas Descalzas. 

Sea mito o no, estas fueron las afirmaciones de la mujer de la mano:  "Salimos sólo cuando hay urgencias. Por ejemplo, cuando una hermana se enfermó, entonces hay que llevarla a exámenes y eso. Cuando hay acontecimientos, espectáculos, salir por salir, incluso a ver a la familia, no, la familia tiene que venir a visitarnos al convento. Tenemos una sala de visitas".

Algunos ajenos al Monasterio y de lengua más floja, dicen que mujer que entre allí por primera vez, no sale. Se espera un segundo viaje al pueblo para una completa investigación.

jueves, 16 de junio de 2011

El cementerio de la salud




Por: Marcela Ortiz Escobar  Abril de 2010

Esa mañana, los puntos cardinales en los cuales estaba parada en la carrera décima con calle primera sur, me arrojaban un edificio antiguo color rosado al oriente, y un lote con edificios blancos y grafiteados al occidente. El resto, entre casas, ferreterías y panaderías, el panorama no ofrecía nada parecido a un hospital.

Atraída por el grafiti en los edificios blancos de Ernesto Guevara , Alvaro Uribe con alas de murciélago al lado y un suero siendo cortado por unas tijeras y finalmente el letrero que confirmaba que era la sede principal, me encontré con un uraño celador que impidió mi ingreso al lugar.  En meses recientes, por órdenes del gobierno, el lugar fue oficialmente cerrado.

“Aquí habían inventado como una especie de museo para que la gente viniera a conocer la historia, pero se acabó. Era los domingos…no sabría decirle por qué pero si nos ordenaron no permitir el paso de nadie”.   La Alcaldía de Bogotá habría aceptado la iniciativa de adaptar algún pabellón como museo con algunas de las maquinarias y utensilios, de manera que los ciudadanos conocieran lo que fue uno de los centros de salud más importantes de Colombia, el Hospital San Juan de Dios.   Lo que no quedaba claro era la razón por la cuál el gobierno ordenó cerrarlo y mucho menos quedaba clara la razón por la cuál había algunas enfermeras y doctores dentro del lugar.

Siguiendo la ruta indicada por el celador Ingresé a un salón mayoritariamente vacío, con la única dotación de viejos pupitres, algunas mesas, un grupo de médicos y un par de personas de avanzada edad.  Difícilmente se comprendía lo que hablaban y tampoco se comprendía la razón por la que estaban atando una pita color azul en uno de los pupitres.  Una de las mujeres atendió mi saludo con más interés que el resto y pronto dibujo una amplia sonrisa y quiso contextualizarme. 

Margarita Castro era enfermera del hospital por más de 20 años. “Era el único hospital que hacía investigación en salud. Las innovaciones llevaban haciéndose por más de 446 años en todas las especialidades”.   Mientras oía su relato caminábamos despacio por los senderos en los que la yerba crecía sin cesar entre los ladrillos, para lograr recorrer los más de 15 edificios.  Desde afuera los vidrios agrietados y vencidos permitían ver con dificultad arrumes de camillas, aparatos y una oscuridad con pequeñas ráfagas de luz que dejaban ver las esporas. 

A lo lejos, Margarita señaló con entusiasmo el edificio de psiquiatría.  “Allí empezaron las investigaciones sobre formas de aplicar la psiquiatría. Maniobras de resucitación.. Pero fue triste ver cómo todo terminó con la Ley 100.  Señorita, hasta nos han dicho que somos colaboradores de la guerrilla”.  Como a Margarita, el resto de médicos no han recibido sueldo desde el 2000. Pese a sus múltiples quejas, las respuestas han sido las mismas según la enfermera e incluso a veces no hay respuestas siquiera. Las llaves de los pabellones fueron captadas por la empresa liquidadora, dejando todas las puertas con candado.

A medida que avanzábamos, la enfermera agilizaba y enriquecía sus relatos. Sin pausas, se refería a la importancia de que un sitio tuviera políticas públicas para todas las ciudades y que en primera instancia estaba la persona.  “El servicio se prestaba desde las familias de la persona enferma. Por ejemplo, para diagnosticar la causa de un a afección sea psiquiátrica o física, los médicos iban a las casas de las personas y determinaban si habían malas relaciones entre ellos o si la salubridad del lugar era apta.  Así, podían empezar a analizar con más objetividad el problema del paciente”.

Un campo de cemento dejaba ver en el piso una H dibujada con pintura blanca casi ilegible.  Sí, era una pista de aterrizaje de helicópteros. Margarita explicó que de todas las ciudades e incluso países de Latinoamérica venían para ser analizados y tratados. 

La Universidad Nacional desde hacia ya varias décadas, se asoció con el hospital para que los estudiantes de medicina hicieran sus prácticas y trabajaran allí. Por ende, los grafitis y las críticas al Estado que se divisaban en la pintura de Ernesto eran producto de ellos. Al igual que los médicos, también seguían frecuentando el lugar los estudiantes. Todos se reúnen para debatir sobre distintos temas y así mismo para seguir prestando servicio gratuito para la gente más desfavorecida de manera independiente. 

Al ingresar a la iglesia, había dos corchos grandes donde pegaban folletos de campañas para el cuidado e la salud para la mujer, ongs que protegen los derechos de la niñez, entre otras cosas similares.  Una mujer, y su hija, estudiante de medicina de la UN, saludaron con fervor a Margarita.  Al calor de un agua de panela dentro de la casa cural, hablaron por largo rato del problema de salud de la señora y de los esfuerzos de la hija por sacar adelante su práctica profesional. Todo allí transportaba a otra época; la nevera, color verde aguamarina y redonda,  era una vieja máquina de los años 60’s.  El televisor, grande y con patas rondaba la misma época y las olletas metálicas para servir las bebidas calientes.  “Aquí no ha entrado plata para nada. Todos estos utensilios tienen más de 20 años, pero lo bueno es que aun sirven”.

De nuevo en el exterior y caminando por el lado de el Edificio de Resonancia Magnética, la yerba había crecido allí más que en los otros lugares. “Hace unos 13 años aproximadamente importaron de Alemania un complejo innovador para la época, el Resonador nuclear magnético.  Tridimensionalmente se tenía la perspectiva del cuerpo humano y así se determinaba con más exactitud lo que había en el cerebro. Se está pudriendo del óxido ahí metido.  Sólo se usó una vez”.  La estructura del edificio está cubierta de plomo para aislar  radiaciones.

Un teléfono público de aquellos amarillos con rayas rojas que marcaron la moda durante tres décadas, yacía colgado en un poste de luz.  Al otro lado, un garaje albergaba tres carros. Un Mazda 626 modelo 99 y una camioneta Ford. “La liquidadora se quedó al parecer con esos carros, pero hace tiempos no los mueven de ahí, eso también está con candado”.  Más adelante una vieja ambulancia estaba mayoritariamente cubierta de óxido y una creciente ambiciosa de pasto la acorralaba.

A ratos se veían varios vigilantes observándonos de lejos.  “Ellos desconfían mucho de la gente que entra. Pero no se preocupe, lo importante es que usted no tenga cámara ni nada”.  Los hombres en cuestión caminaban en círculo bajo un mismo eje pero nunca se acercaban.  

Al día siguiente me dirigí a la calle 13 con octava, al viejo edificio de la empresa liquidadora para solicitar permiso para tomar fotografías en el lugar. Una vez el ascensor, uno de los primeros que tuvo Bogotá según el celador, que demarcaba los pisos con una palanca dorada, Ana Kanerina Gaula Palencia, agente liquidadora de cuentas, cumplió con darme una respuesta por escrito a mi domicilio.  En la carta, brevemente me explicaban que por mi seguridad ellos no podían permitir mi ingreso y menos con aparatos.  Si lo hacía no se hacían responsables.  Nunca  mencioné a la señora que ya había ingresado, pero necesitaba un permiso para que los celadores me dejaran ingresar cámaras.

Sean las razones que sean, el gobierno prácticamente declaró el hospital como zona roja.  Puede ser una manera de seguir evadiendo los sueldos atrasados de los médicos o es una posición objetiva tras las protestas poco pacíficas de los estudiantes de la U Nacional o por descuidos internos. El punto de esta pequeña investigación es que murió un sustancioso legado para el bienestar físico y mental de los ciudadanos.  


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viernes, 1 de abril de 2011

El puerto color marrón

                        Ámbito cultural
                 Crónica


A pesar de que el mar tenga el mismo sabor en todo el mundo, la mayoría de colombianos prefieren los destinos más conocidos. Una mirada a otro lugar a bajo costo no caería mal.
Marcela Ortiz Escobar  Enero 24 de 2011

En la capital del Valle, las mujeres negras caminaban imponentes, quizá a su sitio de trabajo, a dar un paseo o simplemente iban a las tiendas por un poco de arroz.  Dejando atrás la feria que se despidió con Piero, el cronograma decidió dar un giro inesperado.

El jueves 4 de enero Buenaventura esperaba. Desde Cali se sale hacia el norte cogiendo el camino ‘Vía al mar’.  La carretera no consta de doble calzada y delinea ambiciosamente el costado occidental del Valle.  Millares de tractores y camiones de carga pesada pasan casi abrazados a los carros particulares que parecieran personas al lado de King Kong.  

Algunos caleños y bogotanos advierten sobre la inseguridad del puerto, de los más enigmáticos de Sur América. A pesar de que eran las 9:00 am el sol picaba como de medio día. El rio ( ) corría seco entre su ancho camino, acompañando a los obreros e ingenieros que preparaban la ampliación de la carretera.  Pasados los cuatro túneles, el conductor, un valluno niche, bien vestido y con su camisa sin desapuntar anunció mientras señalaba: ‘si se inclinan bien, ahí pueden ver el mar’.  

Buenaventura empieza con la presencia de un hipermercado Éxito recién construido de dimensiones considerables.  El resto de las construcciones constan de casas sencillas de pintura pálida y desgastada,  no más de cuatro pisos, y uno que otro apartamento remodelado con balcón de barandas tipo barroco.  “Si te vas para allá, vos te darás cuenta que los que remodelan o tiene equipos de sonido que ayudan a sostener el techo, es porque se ganaron esas cosas por comisión de la mercancía que llega de Asia o a veces por torcidos”. 

En el terminal, una construcción de hace no menos de 30 años, un arrume de cubículos (flotas para Ipiales, Choçó, Tumaco, Cali, Jamundí, Armenia etc…) son atendidas por mujeres taciturnas que contestan a las preguntas con una serenidad que a veces pasa por desinterés. Más de un grupo de gente se acostumbra a jugar parqués al frente de los cubículos. Algunos apostaban dinero ($2.000 pesos, $5.000 pesos), se animaban y se reñían con palabras inentendibles como si pudieran detener los minutos y olvidar en horas laborales los problemas y las responsabilidades.  

Un muchacho de camisa polo y sandalias  “¿Para dónde van? Ustedes se ubican aquí? " Enseguida sacó de su bermuda un carnet amarillento y deteriorado de su labor de guía turística.  Gritos, sugerencias, ofrecimientos se empiezan a oír en el módulo de los ticketes para las islas aledañas.  Juan Chaco, Pianguita y La Bocana, son algunas de las islas más visitadas desde Buenaventura.  Andando hacia el puerto, José explicaba la distribución de la ciudad haciendo amplios ademanes con las manos.  Si no se le hubiera preguntado por La Galería, nunca nos la habría mencionado.  En Buenaventura, los habitantes tratan de ofrecerle al turista cosas similares a lo que podrían encontrar en el Atlántico, como esforzándose por estar a la altura, sin saber que su altura está en su rusticidad y la sencillez, en no encontrar confort.



Al llegar a un de los alojamientos de Hoteles Estelar, José aprovechó la ausencia momentánea de mi hermano “ese es tu novio? Ahh tu hermano.  Tu eres muy bonita, no se ahorita te doy mi correo y nos escribimos porque de verdá que si me gustaría seguir hablando contigo, para cuando vengas,  nos vemos”.  Dentro del hotel, el muchacho le habló a la recepcionista para permitirnos sacar fotos. La muchacha un tanto escéptica lo permitió. El Hotel Estación, una construcción original de mediados de los años 20, es el único sitio con caché de la ciudad.  Su piscina conserva un estilo ochentero propio de su última remodelación, bordes redondos y azules pálidos.    En dicha área familias adineradas o acomodadas bebían whisky, en otra mesa hablaban de negocios con relojes dorados en sus muñecas.


Una vez llegando al puerto con destino a la isla Pianguita ($12.000 pesos ida y vuelta por persona),  se divisaba en  la arena oscura  zapatos viejos, restos de objetos de balsas, un brazo de una muñeca, plásticos de piezas irreconocibles y el mar que llevaba en sí una marea calmada. Los trabajadores del puerto, jugaban dominó en las coloridas casuchas laterales del puerto (lugar de descanso para los trabajadores de las lanchas o los buques de carga o del mantenimiento del puerto). Una aglomeración de de personas atacaban a los turistas ofreciéndoles gaseosas, cervezas.  José que hasta el último minuto acompañó a los turistas, pidió de manera amistosa un billete más largo.  Al menos quince hombres coordinaban la subida a las lanchas. 

Una grupo de personas provenientes del extranjero sonreían mientras que esperaban su turno al igual que varias familias provenientes de pueblos del Valle.  Un hombre hizo un ofrecimiento de cervezas Poker que sacó de una nevera de icopor.  La vivéz del hombre del pacífico no es tan desarrollada como en otros destinos turísticos más acordes con la comodidad, mientras que una Póker puede costar $5.000 pesos en las playas de Cartagena, allí la cobraban a $2000 pesos, más económica que lo que cuesta en una tienda de barrio en Bogotá.

Una vez en la isla Pianguita, esperaba otra aglomeración de colaboradores que iban coordinando la hora de llegada de la lancha y cuántas personas se irían a subir en esa lancha de vuelta.  Todos hablaban al tiempo, unos tenían más autoridad que otros, pero pese a su seriedad, su amabilidad era tangible para los turistas. Pianguita es una isla curiosa.  La sensación es poder ser libre pero a la vez la sensación de poder ser vulnerado de alguna manera extraña.   

Las familias que gozaban de las pequeñas olas marrones, no prestaban demasiada atención a los demás turistas.  En vez de oírse acordeones en los bafles de los kioscos y restaurantes, se oían timbales salseros. El sol se esparcía generosamente por toda el área antecedido por una nube uniforme y delgada que hacia que nada se rostizara.   El pasatiempo de los niños eran las canicas, el de otros niños era vender las cocadas que sus madres hacían. Con atención se hablaban entre sí para planear por qué sitios pasarían a vender las cocadas sin terminar juntos en el mismo lugar. Sin insistencia, se ausentaban cuando las personas les decían ‘No, gracias’.  La playa no atestaba de gente, ni tampoco  se  avistaban  arribismos ni cachondeos.  Nisiquiera los dos gigantes buques que se divisaron desde la isla alertaron con ruido.



La pintura dominante para sus estructuras era similar a las casas san andresanas.  Los albergues eran hoteles con siete habitaciones, algunos eran construcciones de tres pisos. Las puertas de las pequeñas habitaciones se dejaban abiertas, por lo que se divisaban hombres o mujeres recostados con sus brazos o piernas colgando y observando a quienes los observaban de lejos sin alegar o sentirse intimidados. La noche se cobra a $40.000 pesos por persona, incluido el desayuno. En los restaurantes por un costo promedio de $20.000 y $30.000 mil pesos se disfruta de mariscos, arroz endiablado, camarones con panela helada como refresco y sopa de entrada. Los mismos que coordinan las lanchas trabajan en los restaurantes y así mismo prestan el servicio de guardar las maletas en el lugar sin costo alguno. 

En Buenavenura, se aprende a no tenerle asco a las arenas negras y si el mar se saborea, se confirma que su sabor es igual al de las playas blancas. Cuando la lancha nos devolvió al puerto el hombre que la tripulaba, mientras le suministraba combustible decía en voz alta y con una amplia sonrisa en su cara: “esta es como mi hija, yo se qué cantidad de gasolina necesita para que no me falle. Yo no necesito medidor, yo le he dicho a Juancho que ese combustible no le sirve a la de el, pero el no hizo caso y se le varó qué día. Es porque el no la considera algo suyo”.

De vuelta, en los muros llenos de muzgo que dividen la playa de tierra firme, unas madres se arrumaron con sus hijos para que estos pasaran la tarde tirandose al mar.  Algunos niños de no más de doce años hicieron clavados dando dos botes en el aire y rápidamente salían del agua para repetir el ejercicio. Sus madres, sus vestidos bien lavados y planchados, los miraban  sin sorpresa aparente con . Los hombres ya no estaban jugando dominó en las casuchas. El sol se despedía y el puerto se empezaba a tornar diferente. Las últimas lanchas salían y se devolvían con turistas a las 5:30 pm.

Durante el recorrido no se experimentó ningún hecho desagradable. Los ajustes de cuentas no estaban previstos por el destino o por los ‘duros’ para ese día.  El puerto marrón no es un campo de batalla constante, ni tampoco sus carreteras.  Por $200.000 pesos, los turistas que buscan diversión en una forma diferente pueden encontrarla por dos o más noches  sin esperar lo peor siempre.




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martes, 22 de marzo de 2011

Ámbito cultural
Reportaje/perfil

Foto: Revista Semana










Un camino inesperado

Con el ejemplo de este hombre se validan dos creencias: que el empirismo tiene resultados positivos, y segundo, no todo es lo que aparenta ser. Esa formación empírica en el periodismo  fue un engendro de la fusión de sus estudios de Literatura y Docencia de la Universidad de Los Andes, y su mirada esquiva, seria y tímida no es más que el reflejo de un hombre amable y discreto.

Por: Marcela Ortiz Escobar
Una tarde, un buen colega le dejó una inquietud para que presentara unas pruebas, el aceptó y de allí su incursión a la revista Semana para reemplazar a Maria Mercedez Carranza en la sección de Cultura.  Fue el primer momento importante en su vida profesional, y el primer indicio de querer hacer periodismo cultural. Luego vinieron experiencias que lo enfrentaron con la realidad mediática.


Para Luis Fernando Afanador, el mes de octubre de 1998 fue especial.  El escritor, periodista y dramatujo, José Saramago recién habia recibido el nóbel de literatura y sólo concedió una entrevista para un medio de Latinoamérica. Para la revista Semana.  Luis viajó diez días antes a ciudad de México.  Todos los medios al acecho. Tensión entre la multitud del gremio periodístico.  Saramago ya había dado incontables entrevistas a medios europeos, ergo se encontraba mamado. "Hasta recibí el odio de una muchacha periodista de Costa Rica de la cuál me habia hecho amiga cuando se enteró que solo Semana tenía permiso de hacer la entrevista".

El nóbel, quién decidió a último momento no atender más entrevistas, abrió la puerta de su casa en pijama y con ojeras. Decidió  dejar pasar a Afanador.  "No me sentí idiota. Ese señor le daba valor a todas mis preguntas. Me sentí respetado".

No tan respetado se sintió posteriormente cuando entrevistó a Mario Vargas Llosa.  Sus preguntas no producían sus respuestas y con temor sintió estar sentado al frente d eun primer ministro. "Las preguntas personales no las respondió con simpatía y sólo respondió lo que quizo. El sentía estar sentado desde arriba dando respuestas hacia abajo".

Fue la entrada a la revista Soho lo que no solamente le hizo apasionarse por el periodismo, sino en partícular por la crónica.  'Turista en la noche' escrita para esa revista, fue su primera experiencia como reportero en el 2001. Para ese entonces Luis quizo demostrar cómo se siente Bogotá recorrida por los ojos de un sujeto ajeno a la ciudad.

Aquel español que conoció esa noche de sábado era  anonadado por todo cuánto veía.  Cada casa, objeto hacían representar en el rostro de éste pintor un aire de perplejidad aun teniendo ya la experiencia de haber estado en un país tercermundista. En esos momentos Luis Fernando recreó en su mente la imagen de Bogotá desde los ojos de un extranjero, convirtiéndose el mismo en uno de ellos; siendo entonces su primer reto para Soho. 

Semanas después, un amigo psiquiatra francés,  le presentó a un taxista que hacía recorridos con extranjeros. Emprendida esa noche, empezó a divisar y a recrear en sus notas los paralelos existentes en Bogotá y lo que estaba fuera de lugar, como regionalidades inmersas en la capital; entonces trató de ponerse en los zapatos de un extranjero para poder quedar  maravillado como ese español. 

“Imagínate. Tu estas en la Bogotá urbana y de pronto en la calle 76 te encuentras con una gallera.  Entramos a un pueblo de la costa, a otro mundo”, relataba con tal sorpresa y emoción dándole así validez a todo su trabajo de lector empedernido, quizá teniendo presente el realismo mágico para ofrecerlo al periodismo.

Aunque sus ojos no mutaron ante los sitios de prostitución:   “Encontré mucha retórica, muchos lugares comunes”.   Desde su perspectiva literaria me confesó que los clientes y los curiosos siempre ven máscaras y esas máscaras de la prostitución las hay en todos los lugares, es por ello que dos años después decidió dedicarle una crónica sólo a la prostitución implementando sus toques literarios, Tres prostitutas frente al libro de Gabo.

No es raro ver como Afanador disfruta incluir la literatura a sus personajes  Esa vez se entrevistó con tres prostitutas y con su habitual humor intelectual que solo deja ver cuando está en confianza  y con su calidez humana, decidió que debía darles a leer a las niñas Memorias de mis putas tristes de Gabo.  Luego de leer el libro quiso llevarlas a un restaurante y así formar una especie de tertulia. En ese contexto Luis sintió que tuvo un contacto más humano y verdadero con aquellas niñas, aunque no deja de producir gracia  la manera en la que expresó que ellas estaban aptas para leer libros:   “pero se las di a leer a esas como de…esas como de un nivel más alto, ¿si? Ellas me dijeron lo que pensaban y entonces fue bonito”.  

En otra ocasión, para finales del 2005, su sensibilidad se postró en una crónica del entierro de un joven arquitecto de una familia de gente de clase alta en jardines de Paz al norte de Bogotá. El fotógrafo logró camuflarse muy bien en la situación, pero Luis Fernando no. Vale aclarar que Luis es poeta, y un poeta que recita sus versos dependiendo el contexto, y de su público.  Ese día habrá recitado más de un poema trágico en su cabeza, para un muerto desconocido:   “Horrible, yo me sentí como un espía. Me sentí entrometido en algo que no era lo mío”.

Para  el 17avo Festival de Poesía Internacional de Bogotá, el escenario lo puso nervioso.  Mucho poeta reconocido y sus compañeros panelistas, poetas mexicanos de alto nivel lo hicieron sentirse ansioso.  Decidió no ser condescendiente e irse por una línea más ambiciosa.  Abrió con un poema nombrado Arte poética.  

Arte poética es algo metareflexivo. ¿Para qué hacer poesía. ¿Cuál es el sentido? El público tenía un nivel para esos poemas.  Mi apuesta es a que cada poema tiene que vivir solo.  Para algunos contextos el amor en la poesía es una cosa menos intelectual”. 



MOE-  Mayo 27 de 2009 Universidad Externado de Colombia
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jueves, 17 de marzo de 2011

Viajero sin visa


 

En el planeta rojo vio mucha agua y algunos árboles. Le pareció hermoso y muy diferente a lo que conocemos aquí.

Ya eran más de las seis de la tarde en un San Andresito de Chapinero. Entre gritos, polución, pitos de los carros, olor a fritanga y empujones de los peatones, la hora pico de la noche invitaba a los ciudadanos a regresar a sus casas. Otros se quedaban un poco más ateniendo sus negocios. Entre la multitud del lugar se divisó Jesús.

martes, 8 de marzo de 2011

¿Metodología para lo invisible?






La idea surgió gracias a un afiche en un poste de luz en Chapinero que promocionaba las charlas. Tiempo después  en una panadería donde al calor de unas Coca Colas William Chávez me mostró los documentos y folletos sobre el mensaje de los seres de otros planetas.  La investigación sobre ovnis culminó luego de dos años sin la necesidad de haber hablado de ovnis.

Para ese entonces, y para este entonces no he tenido claro hasta qué punto el periodismo puede hablar con objetividad sobre un tema que a los ojos de muchos  tiene pies  solamente en la imaginación.  Si una persona viene y me cuenta que se subió a una nave, que la llevaron a otro planeta y pasó un rato agradable, mis opciones base de relato son dos:   "Pepita dijo haber viajado a otro planeta" y "Pepita viajó a otro planeta".  Lo que se entiende que una frase es objetiva y la otra subjetiva...

Para mi tesis escogí la objetividad (y porque no tenía otra opción dentro de las exigencias de la facultad) lo que produjo enfocar mi trabajo en un aspecto interesante. La gente.  Si bien, podría estar parada en Tenjo un año entero esperando a que un ovni pase para filmarlo, cosa jarta, pero que podría ser posible si tengo todo el tiempo a mi favor y la disposición de basar mi trabajo sólo en el fenómeno ovni como tal.  

Pero el haber hablado con la gente, haber indagado sobre su diario vivir, sus estudios, sus convicciones y sus hábitos me hizo pensar que el fenómeno ovni para muchos es un fenómeno cultural  (moda, empatía por la ficción) y que para otros muchos  es un modo de vida que se adopta para estar en sintonía con sus apariciones y mensajes. Lo último se podría comparar con la creencia de los religiosos en Dios y Dios de por si es una entidad que puede estar dentro o fuera de la Tierra. Sea lo que sea  estas dos creencias son irremediablemente una realidad intangible. Con esto quiero decir que Dios y los extraterrestres pueden existir y que no todo el mundo tiene la facultad para verlos.

La conclusión de este aporte es que el periodista y más que todo los editores (gatekeepers) deben tratar temas paranormales con la misma flexibilidad y objetividad (objetividad flexible) con la que los periódicos y revistas hablan de las religiones o los temas psicológicos.



MOE