sábado, 10 de abril de 2021

Persiguiendo la metáfora del esférico



Por: Marcela Ortiz Escobar

Cuando pequeña pensaba que Maradona era un nombre, pero luego, cuando escuché el nombre completo pensaba que el apellido Maradona solo podía tenerlo una persona en el mundo, un apellido inventado y fonéticamente teatral. Inclusive lo confundía con Madona, alguna que otra vez dudé si Maradona y Madona eran la misma persona.

De ahí en principio, desde esa experiencia radiofónica, y de conversaciones sueltas de adultos supe de la existencia del tal Diego Armando Maradona. Pero yo me la pasaba dibujando y no me gustaba el fútbol y no me gustó durante muchos años. En la familia decían que probablemente yo iba a ser artista. Me gustaba dibujar caras y cuerpos de hombres, hombres en situaciones de lucha, en la cárcel, me gustaba dibujar a Pedro Picapiedra en su troncomóvil, y así mismo me gustaba dibujar artefactos.

En el otro colegio, con pésimas calificaciones producto de mis problemas con las matemáticas y mi timidez, jugaba en los recreos a encontrar cuerpos enterrados y objetos. Me inventaba tramas inspirada en Scobby Doo. Tenía dos amigas a las que les animaban mis juegos y compartían. Dibujaba planos donde aseguraba que en la cancha de basket había enterrado un cuerpo. Dibujaba también a toda la pandilla de Scobby Doo y les decía que nosotras éramos ellos y que debíamos ser valientes. Para mi la valentía era poder trepar con mi cuerpo y mi fuerza a lo desconocido.

A varios meses de la primera comunión y con el pensamiento perturbador que me generaba el vestido blanco, planeé robar la cafetería, robarme toda la plata que ni siquiera guardaban en alguna caja sino que la ponían en una bandeja. Quizá quería romper esa línea de cotidianidad que envolvía los colegios femeninos, reproducir tramas de películas, o quizá, la necesidad de cruzar una línea desde mi cuerpo porque yo quería jugar, y quizá, gustarle a Angélica, la niña del salón, saber que podía gustarle si le mostraba lo que disfrutaba hacer con mi agilidad y mis deseos, y si no se daba, que era lo que siempre pensaba, robar la cafetería me iba a marginar en un refugio donde me escondería para inventar lo que me hacía falta.  Solo recuerdo las palabras que Chelita, la rectora del colegio, luego del suceso: “en mi vida había visto algo así en este colegio!”. Sin embargo, con compasión, porque la compasión viene de la religión, me dieron otra "oportunidad".

Hice al año siguiente la primera comunión. Dentro de esa seda blanca, encajes y con la medallita de la cruz, con mi bozo sin depilar, nariz algo chata y con la piel más trigueña de como soy ahora, tomaron la foto grupal al frente de la iglesia. Lo de menos era la incomodidad del vestido, lo más perturbador era personificar el papel de mujer genérica y heterosexual en un vestido inmaculado que cumplía el papel de la pureza, el ser blanca sin serlo.  Lo bonito de ese día fue la fiesta en la casa. No pasó ni una hora (mucho) cuando me quité el vestido, me puse los jeans y la camiseta de las tortugas ninja de uno de mis hermanos. Correteamos por toda la casa con mis amigas y una prima, juegos brucos donde yo quería liderar, correr rápido, tener fuerza. En la casa me sentía en una especie de estadio.

En el 93 conocí a Maradona, es decir, vi por primera vez su cara y su cuerpo en muchas fotos de revistas y periódicos viejos. Las fotos que veía de el era su cuerpo congelado en el aire, como si se estuviera dirigiendo a algún recinto en el cielo y su cara evocando un placer supremo. Sus piernas embarradas y mi extrañeza de pensar cómo un hombre podía ponerse algo tan incómodo como los guayos para correr y manejar un balón, pues los veía como un par de baletas apretadas y pequeñitas, como las baletas de ballet.

La tarde de las famosas eliminatorias, luego del 5-0, y con la canción Soy colombiano entremezclada con la algarabía de los presentes en el estadio y la euforia de los comentaristas y los ruidos de la calle, en el Sony Triniton vi a Diego de pie y aplaudiendo en la tribuna. Los locutores lo nombraban con orgullo. Hice corto circuito porque pensé que Diego era en realidad colombiano, porque asociaba los aplausos a la nacionalidad y a la felicidad. Interpreté la escena como la quise interpretar porque a los adultos nunca se les entendía nada. Tampoco entendí el porqué de Diego en la tribuna y no en la cancha. Sabía que no era una opción no seguir escuchando sobre él porque su imagen aplaudiendo se repitió en todo lado. Se había convertido en parte de mi atmósfera, pero una atmósfera que cómodamente también podía ignorar, como los bogotanos que podemos vivir a pesar de Bogotá.

Tras un par de años en ese colegio del que fui echada, donde quise efectuar el robo del siglo y desenterrar cadáveres, me matricularon de afán a otro colegio femenino y religioso, era el único donde me recibían en esas fechas tardías de febrero. Y sucedió lo de siempre que no era suficiente para que sucediera: el deseo. María Elvira me gustaba mucho. Los días que no iba al colegio, fingiendo estar enferma porque la vida me sabia a mierda, me iba al cuarto de mis papás a las 3:30 pm de la tarde con los binoculares para verla bajarse del bus del colegio y entrar a su edificio. Vivía en un barrio cercano cuyo edificio lo veía de frente. Luego en mi cuarto ponía el cassette de Enrique Iglesias y ponía Por amarte.  Pero yo era fea y era mujer y me gustaba otra mujer. Y Enrique Iglesias era guapo y era un hombre heterosexual, y Maradona, Maradona fue el hombre que ya no jugaba casi al fútbol pero que seguía nombrándose y evocándose en situaciones, porque su cuerpo logró cosas, y yo quería que mi cuerpo también lograra cosas, y lloraba en mi cuarto debajo de las cobijas o al lado de la ventana porque era mujer y amaba a una chica.

Llegó el mundial, de Francia 98 y Ricky Martin sonaba hasta en la sopa. Coca Cola, El Espectador y El tiempo regalaban balones con el símbolo del pajarraco. Colombia iba a jugar y por eso era el revuelo. Yo tenía un conflicto porque nunca asocié un balón de fútbol con una falda y le sumaba el hecho de que nuestro uniforme era espantoso, era como el vestido de una muñeca de los años 40, entonces yo no sentía ganas de patear un balón con ese uniforme porque me sentía ridícula y las chicas terminaban usando el balón para jugar ponchados. Yo prefería jugar a la cárcel con otras chicas porque me gustaba ser guardia y aparte porque siempre teníamos la trama de que las reclusas se desmayaban y yo y las otras guardias teníamos que auxiliarlas, entonces podía auxiliar a María Elvira y poder sentir que me necesitaba.

Cuando llegaba a la casa y escuchaba en el TV sobre la participación de Argentina en la copa, yo daba por hecho que el tal señor Diego Maradona iba a jugar, porque se había vuelto anacrónico, omnipresente en el sonido del apto donde yo habitaba y a los demás lugares a donde iba. Total yo no sabía nada de fútbol pero sabía que Maradona estaría presente de cualquier forma.

Con el tiempo me encontré con el microfútbol y la guitarra en el último colegio mixto donde estudié. Como nunca dejé de ser la retraída y “malgeniada” del salón, sabía que en algún lugar yo podría imponer mi bronca y tal vez mi amor de manera colectiva. Empecé a componer música y a relacionarme con ese balón pequeño pesado y deshilachado. Ana María, mi nuevo “amor” me había dicho con enojo una mañana de lunes, que me había comportado como una lesbiana ese domingo anterior porque mientras que hacíamos un trabajo, nos dio por tomamos una botella de vino blanco que había en un mueble de mi casa y de ahí que me animé a abrazarla y a decirle que era linda.

Lo de menos fue haber sentido su cambio de actitud, lo perturbador fue haber experimentado la violencia que Ana María había ejercido sobre mí. Ana María la amiga genial con la que nos sentábamos en el recreo a escuchar rancheras chistosas en am en el walkman y de la que me había enamorado irremediablemente, había violentado como tantas situaciones lo habían hecho conmigo, mi cuerpo y mi existencia.  

Inscrita ya en el torneo de micro femenino pude acceder a ese terreno de hombres y supe por primera vez cómo el corazón se hinchaba y la sangre corría caliente a medida que la mente dominaba el balón. Había solo un objetivo, la malla, el arco, y de repente el dolor y la culpa se borraban o se transformaban en conquista, en una gloria de recreo.

Maradona y Corea/Japón 2002 retumbaban por alguna razón pese a su ausencia de las canchas y mi desinterés con ese mundial. No sabía dónde estaba el, porque nunca me interesé en el, pero su apellido era algo similar a escuchar en la cultura popular el “padre nuestro” o escuchar el pronóstico del clima. Maradona era la selección de Argentina, la de Colombia, era el nombre y el apellido. Inclusive cuando me hice hincha de River, recinto donde nunca figuró Maradona, se evocaba sin que necesariamente lo nombraran.

Entendí que él era el fútbol y que era un cuerpo que el pacto de hombres legitimaba, incluso cuando no se le veía, incluso en mi desinterés hacia él. Y yo, por otro lado, experimentaba lo que era tener un cuerpo herido, una identidad sobrepasada donde en la cancha de micro podía ponerme a bailar y decir mentalmente ante los gritos de las barras “esta soy yo, y este es mi cuerpo siendo rudo, y vertiginoso” porque no es lo mismo ser un hombre heterosexual débil en la cancha que ser una concha teniendo destellos con el balón. Pero yo no quería ser como los hombres, quería ser una lesbiana donde el mundo estuviese construido también para mí.

Años después me vi muchos partidos de la Argentina de Maradona. Traté de hilar todo lo que sucedía con el, era demasiado, abuso de drogas maltrato a mujeres, fútbol, camiseta, gloria, programas de TV, Chávez, Fidel, la pelota…La pelota era la revancha colectiva, la guitarra era mi revancha en solitario, moldear el lodo de las frustraciones en música y luego con compañeras pactar una gloria en el recreo a través del balón. Y me corrieron del espectáculo, ni al escenario en semana cultural pude subir con mis composiciones, y tampoco las chicas y yo ganamos nunca medalla de microfútbol.

El fútbol no me resolvió nada pero me prestó un escenario de cuerpo y rabia. Siempre he necesitado de esa línea recta que trazaba Maradona para saltar y tocar el cielo con las manos o al menos personificarme en esa metáfora. Murió el tal “Dios”, el hombre cis que hizo cosas incomprensibles con el balón pero que desde hace unos años me hizo comprender todo. Lo que se viene es la tesis de nuestro cuerpo, el cuerpo de las mujeres, y de ahí no va a salir nadie vivo, para bien.

miércoles, 17 de enero de 2018

Las creencias y el mercado

Dos muchachos entraron trotando con esqueletos blancos y pantaloneta dirigiéndose a las escaleras. En su espalda decía ‘Purificación’. Un empleado de la organización, mientras los observaba con naturalidad, explicaba “Los libros y películas que ves en estos estantes son básicamente extractos de los libros principales que Ron escribió, los que ves allá.  Es decir, lo que se hace es realizar un libro para cada tema de la vida, así cada quien enfatiza en sus debilidades”.

Luego de echar el último vistazo a los muchachos desapareciendo en un salón del segundo piso, se puso de pie y sacó un libro del estante “Este libro, por ejemplo te explica el origen de las drogas y los efectos en el cuerpo…De todas las drogas sin excepción” la sugerencia del hombre fue clara; Cienciología está totalmente en contra de la industria farmacéutica ya que consideran que estas no solucionan los problemas de raíz. (Véase la historia y la descripción de la terapia Dianética en la página web).

Cualquier empleado de la organización, si está disponible, puede hacerse cargo de recibir a los curiosos que entran al lugar. Ofrecen hacer el test de personalidad que es totalmente gratuito y si no hay cartillas disponibles ni mesas, les muestran con anticipación el video obligatorio, el de la introducción a Dianética. Al fondo a la derecha se encuentra una cabuya dorada que impide el paso hacia un escritorio. Sobre este hay una placa que dice ‘Ronnald Hubbard’ un simbolismo que hace del lugar un espacio dinámico y para que los miembros sientan la compañía de su fundador quien murió en 1986. En la pared hay una frase hecha de bombas de aluminio plateadas “Nosotros somos la IAS”.

Mientras que Cienciología ofrece libros y películas para cuestiones más generales de la vida tales como ‘estudios’ ‘dinero’ ‘vida familiar’ ‘vida laboral’ ‘cuidado físico’, la psiquiatría lo hace con síntomas corporales y mentales. Ahora bien, la industria farmacéutica fabrica medicamentos para cada dolencia cuyos efectos duran lo que dura el medicamento en el cuerpo y Cienciología dice garantizar una vida plena si aparte de las auditaciones (terapia dianética) se leen las enseñanzas de Ron Hubbard con respecto al tema que uno quiera reforzar.

Difiere tanto como dice la Cienciología de la psiquiatría? Hoy en día se tendría que hablar en términos de posicionamiento.  Las ciencias alternativas no tienen el mismo impacto a través de los grandes medios si no utilizan un esquema similar al de sus contrarios. Por ejemplo, Cienciología se hizo llamar ‘iglesia’ desde un principio para que la organización no fuera vetada ni cerrada en la década de los 50.  Sin embargo ese rótulo ha servido mucho hoy en día para que las personas atraídas por templos ingresen a esta organización, ya que socialmente la iglesia tiene más credibilidad que los grupos que enseñan prácticas de salud alternativa. Un ejemplo similar es el del cine independiente; se cree que son productoras desvinculadas de Hollywood, pero la realidad es que Hollywood las financia y así mismo hay productoras independientes que pertenecen a grandes productoras estadounidenses (Primera parte, Cultura Mainstream, Frederic Martel).


Dichos esquemas universales para que las organizaciones tengan millones de adeptos hace que el fondo, la ideología de cada organización pase a ser responsabilidad de cada persona que ingresa a esa creencia y ya no es responsabilidad de la misma organización, esta paradoja tiene sentido si se entiende que la producción de contenidos tiene que llegar a todas las maneras de ser y de pensar pero adoptando un esquema universal. Ese quizá es el logro económico más exitoso con que el neoloberalismo se ha mantenido fuerte.

martes, 3 de octubre de 2017

Me gustan las fotocopias



"....para que haya ausencia para la psiquis, es forzoso que sea la psiquis la que da existencia a algo -la representación- y que la psiquis pueda dar existencia a algo en calidad de "ausente", lo cual implica a la vez que la psiquis sea capaz de postular como existente lo que no es...." (Castoriadis, 1993, 2:205)





miércoles, 23 de agosto de 2017

La soledad de la salud mental


El celador del edificio me indicó que tenía que comprar el bono a una cuadra de allí. Salí de afán sin haber llegado tarde. Mi pie derecho se metió bruscamente en un hueco de una calle destapada lleno de agua negra. Le eché la culpa a Carolina porque me comió la concha y me besó sin sentir nada por mí y yo todo por ella. ¿Afán de cumplir con una cita o afán de no sentir dolor?. Pagué el bono y me devolví observando un asadero seguido de otro, con pollos cuyas piernas parecían glúteos humanos en lecho de muerte. 


El agua dentro de mi zapato me había descolocado de la idea romántica de la psiquiatría; un Lacan que habla del estadio del espejo o una sesión de regresión en sofá de cuero mientras se descubren cosas reveladoras del inconsciente. Recordé mis primeras citas al psicólogo cuando tenía ocho años. En las sesiones que, iban a resolver problemas "preocupantes" como: timidez, desinterés por hacer los ejercicios de clases, convencerlas de buscar esqueletos con "mapas" que yo diseñaba, me resultaba enfocando más bien en esperar a que mi papá me recogiera para convencerlo que me comprara el chicle Bubble Tape en forma de cinta sabor a uva que costaba 800 pesos. Y así, con esos deseos de comer productos que se asomaron en aras de apertura económica, evadir el hecho de que todo conmigo estaba "mal" solo por querer imitar capítulos de Scooby Doo. 

 Ya cuando esa inocencia cobró forma de dependencia con el alcohol y pérdida de fe en la vida, contacté a un tipo que tenía su oficina en la 85 con autopista, la cual estaba decorada con velas de colores, inciensos y espejos pequeños en la pared en forma de sol tipo horóscopo. Según él, si el paciente hablaba con confianza, no había necesidad de "extender" a más de cinco minutos las sesiones. Entonces las terapias resultaban siendo monólogos afanados interrumpidos por un par de preguntas parecidas a las que hacen los amigos. Al final me “obsequiaba” tarritos con agua sacada de volcanes para la canalización de energías. Me despedía sin haber entendido los ejercicios empíricos mientras sacaba los muchos tantos billetes de $20.000 pesos para pagar la consulta a su secretaria. 

Pero de nuevo, estaba a punto de entrar a otra consulta de psiquiatría, esta vez por seguridad social en la Unidad Salud Mental de la calle 166 con cra 22. Me senté en la sala de espera en compañía de otros pacientes de diversas edades cuyos silencios eran ensordecedores. Personas mayores, desorientadas, que desconfiando del megáfono o de las voces de los llamados, se levantaban sigilosos a fisgonear los consultorios pese a que la recepcionista les recordaba la hora de sus citas. Una mujer de mediana edad se balanceaba para acomodarse en la silla setentera de pasta blanca percudida. Me veía a mí misma ridícula pero maltratada, entonces ratificaba que era necesario estar allí. 

Un señor dobló delicada y ordenadamente un periódico El Tiempo para leer un artículo específico. La mujer que lo acompañaba le aconsejaba: "Mauricio...Hágame caso ola! ¿usted sí le dijo al doctor lo de la otra vez? lo de la tembladera? mire que entonces para qué venimos aquí...Aghh no...¿Se tomó las vitaminas? ahí las dejé en la mesa de la sala…Mauricio?". Pero el hombre continuaba leyendo el artículo como si se tratara de un secreto de estado o de un secreto familiar estremecedor. 

Un grito repentino y firme me hizo saltar; un niño de unos doce años pronunció una palabra incomprensible alargando todas las vocales. Su madre en silencio, solo lanzó una tímida y fugaz mirada a las demás personas, como avergonzándose de una situación que no tenía remedio. Una niña de unos diez años se inclinó para observar al chico con atención, como si estuviera mirando un afiche informativo. Una mujer y un muchacho entraron al edificio en dirección a la recepcionista. Mientras que la mujer le peguntaba algo a la joven, el muchacho empezó a mover la cabeza en señal de negación: "No, no...no! Por favor perdóneme, perdóneme en serio! Se lo pido…", "Rodrigo, tranquilo", le dijo la recepcionista. El joven tenía los ojos muy abiertos como si viera aproximarse una desgracia. Iba de aquí para allá, mirando hacia los consultorios, metiéndose y sacándose las manos de los bolsillos, siempre alerta. Su madre sacaba papeles de su bolso mientras se los entregaba a la recepcionista y esta le respondía: "Clozapina, sí, yo me acuerdo que la doctora cambió la dosis. Si quieren siéntense y esperen a la doctora y le comentan la cuestión". 

Imaginé la constante amenaza que protagonizaba la vida de Rodrigo ¿Cómo se puede vivir de tal forma en la que desde que uno se despierta hasta que se duerme, siente una sombra detrás con el deseo de hacer daño? Rodrigo continúa inclinándose para adelante y para atrás en la silla que ocupaba escasos segundos. El hombre del periódico seguía sumergido en su lectura y la mujer que lo acompañaba se había resignado con los regaños. Ambos sin aparente interés por la situación de Rodrigo. De nuevo se puso de pie bruscamente y se dirigió hacia la recepción: "¿¿Qué me van a hacer??, ¿¿qué me van a hacer??". La recepcionista le recordó lo sucedido en la sesión anterior con un tono de voz suave: "Rodrigo, fuera que yo no lo conociera...Viera cómo le dejó la manita a la doctora...", "No, mire que yo no sabía...Mire, la policía, se lo suplico, discúlpeme. Pero dígame la verdad, ¿qué me van a hacer?", "Noo, no va a haber policía. Rodrigo usted tiene que entender que a la gente no se le trata así...". Su madre, quien le hacía escasos y resignados llamados de atención a su hijo, solo se enfocaba en hacerle preguntas de tipo burocrático a la recepcionista y esta contestaba al tiempo que trataba de controlar a Rodrigo: "Ahí ya tendría que comentarle a la doctora lo de la Clozapina, para ver si autoriza ese examen". El muchacho de aquí para allá le hizo otra pregunta: "¿Qué van a decir en la sede administrativa??, ¿qué me van a hacer??"

Un vendedor de piña y chontaduros con la camiseta de la selección Colombia, pasó con su carreta afuera mirando hacia el recinto de la eps: "fresca la piña, a buen precio, aproveche que está bien jugosita. Aproveche, acérquese y pruébela…", la voz del megáfono se iba desvaneciendo como un eco en la distancia, y la sala de espera, que guardaba sepulcral silencio, volvía a escuchar: "¿qué me van a hacer?....". Pude notar que esa pregunta que repitió unas diez veces la pronunció con una entonación que daba la sensación de ser la primera vez que la formulaba. Como si el mismo olvidara el sentimiento anterior y fuera un constante reset para volver a tener el mismo sentimiento, como si no existirá la memoria. “Marcela Ortiz, consultorio 201. Marcela Ortiz consultorio 201”.

jueves, 25 de mayo de 2017

IBM PS/2 55SX (USA 1989)




Else Marie Pade, de las primeras compositoras de música electrónica. Se sentaba a atravesar el desierto de los plásticos y metales, donde muchos caen y mueren, y llegaba al corazón de éstos...

IBM PS/2 55SX (USA 1989)

Recuerdo que había un país, y que lo habitaba en un territorio que se fragmentaba.  La única ayuda para llegar a donde estaba el molde femenino aislado y solitario, delicado, el "otro" género tejido en pixeles, eran las frívolas instrucciones con las que no podía dialogar, las que surgían de ese cuadrante negro de DOS, sin personas pendientes de mi pregunta.  

Ahí estaba yo, sabiendo que algo tenía que buscar, con abismos, muertes que tenían derecho a volver a la vida con condiciones y  con un mecanismo de la realidad, el único que podía ofrecer, que constaba en la presión de los dedos en las teclas para no sentenciar esa vida minúscula que habitaba en ese país.  Al lado mio todo estaba bien, pero yo debía caminar por los colores primarios mediante una caracterización conmovedora del hombresito, en el cual inevitablemente encontraba un reflejo, una humanización necesaria e inevitable. Eso era lo mínimo para vivir esos territorios fragmentados.  Luego venía la hora del almuerzo, la hora de abrazar a mis papás, y todo estaba bien. 



Los mundos existen entre si sin tocarse, por eso no puedo dialogar con el aparato esperando a que se vaya y que responda por mi vida. Nunca dialogan con lo que nos ha hecho desplazarnos y humanizar las figuras y los colores. Reclaman porque quizá no han entendido nada. Mueren muchos de sed en la carcasa, en el plástico. Creen que las extensiones de nuestros sueños son espejismos que nos desvían de nuestro desarrollo humano.

En 1992 también me dijeron que me saliera del pc, que mis ojos se iban a irritar y que la comida se iba a enfriar. Quisiera saber entonces, ¿por qué los que creen amar y respetar la vida y la educación no han mirado hacia atrás?  Es la historia del niño, la de ser niño. Mirar atrás involucra mirar al niño. Podríamos hablar de generaciones pero da la misma, toda ilusión se genera en un núcleo, desde un objeto de deseo, y eso involucra al niño, porque él es el único que sabe que los mundos existen sin tocarse. 





lunes, 27 de febrero de 2017

Nota sobre la memoria y el testimonio

Uno de los aspectos más interesantes en el campo de la comunicación son los discursos:  qué nombramos, cómo identificamos lo que nombramos, cómo lo nombramos, qué escuchamos, qué oímos y cómo interpretamos mediáticamente experiencias de otros o las propias.  No vislumbro el suceso en el objeto que lo representa, sino en su construcción.

Hace unos días encontré un artículo del historiador y musicólogo italiano Alessandro Portelli ¿Historia oral?Historia y memoria: la muerte de Luigi Trastulli  que analiza la muerte de un obrero a manos de la policía en Terni, camino a una protesta contra la O.T.A.N (1949). La finalidad de su investigación es descubrir principalmente mediante testimonios orales, las claves y maneras de proceder de la colectividad obrera que asignan a este suceso procesos articulados de interpretación. . La memoria, de larga duración, actúa constantemente sobre un hecho que ocurrió durante menos de media hora. 

Lo que consideramos testimonios falsos, el autor los considera claves en la caracterización y análisis de la oralidad: "El episodio es particularmente significativo no sólo por su aspecto trágico, sino también sobre todo, porque constituye el terreno sobre el que la memoria colectiva conserva una singular convergencia de relatos equivocados, intervenciones, leyendas que van desde reconstrucciones imaginarias de la dinámica del acontecimiento, hasta la traslación del mismo de un contexto histórico a otro.." .

La noción de memoria lleva a pensar el testimonio no como una información que se cataloga como falsa o verdadera, nociva o benigna sino como constitutiva de la cultura, y que encamina a interpretar ampliamente la realidad. El testimonio no puede ser un dato, sino un sentimiento que se alimenta de símbolos que están adheridos al contexto del suceso. Como comunicadores, periodistas y antropólogos, ¿cómo nos enfrentamos a las palabras?

Incorporando este texto a mi futura tesis, me mantengo en  en la motivación principal: no quiero saber si hubo un ovni en el cielo, quiero acercarme a quienes afirman haberlo visto y a su contexto comunicativo. 

martes, 10 de mayo de 2016

Joyas inconclusas de Gabo


Uno de los cuentos que García Marquéz no logró construir fue el del hombre que se perdía en los sueños. En una de sus columnas de El Espectador, 'El mar de mis cuentos perdidos', hace un resumen de la fascinante historia que me hizo añorar que la hubiese logrado, y si alguna vez se me da, me gustaría soñar con el cuento culminado preferiblemente sin tener la suerte del personaje.

El hombre sueña que duerme en un cuarto igual a su cuarto de la realidad. En ese segundo sueño el hombre sueña que duerme en otro cuarto idéntico al de la realidad, es decir, un tercer sueño. El despertador suena en la realidad y empieza a despertar, pero para lograrlo del todo debía hacerlo del tercer sueño al segundo y así. Lo hizo tan cautelosamente que cuando despertó en la realidad, el despertador ya había dejado de sonar.

El hombre no se convenció de que aquella era la realidad porque su cuarto era una reproducción idéntica en todos. Atemorizado y dudoso se durmió para volver al segundo sueño y buscar rastros de realidad. Todavía sin convencerse se durmió en ese segundo sueño para buscar la realidad en el tercero, en el cuarto, en el quinto y así sucesivamente el hombre empieza a extraviarse. Con la angustia de querer despertar realmente, como una parálisis de sueño, pienso, probó el recorrido de adelante hacia atrás pasando sin percatarse por al lado de la realidad, durmiendo eternamente hasta despedirse de ella.

¿En algún punto el hombre habrá recordado cuál era la realidad y quiso regresar sin éxito? ¿esa posible realidad habría sido alguna en la que reinó el ruido del despertador o por el contrario, el silencio? ¿Cómo pretendía buscar la realidad en el lugar de los sueños? Puede que su búsqueda angustiosa jamás haya encontrado certezas. En ese punto el encuentro con la muerte es problemático y engañoso.

La manera como imaginé esa realidad fue triste...Tan transparentosa es a veces que ni una persona obsesionada por estar en ella la puede ver, o posiblemente Gabo ubicó la realidad tan visiblemente que era imposible que el personaje fuera consciente de ella.  El hombre entonces, puede que no se haya extraviado de sueño a sueño en orden. Puede que incluso se haya extraviado en un mismo sueño o en la misma realidad.


Pensé en Einstein y sus curvas. En la redondez del universo y en la inconclusa idea de los viajes astrales que posiblemente se desenvuelvan también en esas curvaturas producidas hasta por el chicle que escupimos en el piso, por el mismo peso de nuestra existencia. La misma gravedad lo devolvió a la certeza del no retorno, es decir, la muerte, pero para llegar a ella tuvo que encontrarse cara a cara con el universo, con el tiempo, con sus paradojas.