domingo, 11 de septiembre de 2011

Reconstrucciones y orinales democráticos



 “¿Tu sabes cómo se hace llamar este lugar? La casa de las momias!“ “ó el club prostático!”.  Se soltó la siguiente carcajada mientras se bebían las Coca Colas y el tinto los amigos de la infancia


Lo que inició la chispa fue hablar de un pasado. Muchos acuden para encontrar tímidamente a quienes puedan recordar lo mismo que ellos y hacer posible la felicidad que buscan. Es un café donde muchos van a reconstruir más que a perecer.

Álvaro, hombre de buenos modales, de más de 60 años esperaba inclinado a que el embolador acabara de brillar sus zapatos. “Aquí casi todos somos abogados por aquello de la tradición de que los juzgados estén ubicados en el centro y en Palo Quemao. Un ingeniero está ocupado en sus obras o fuera de la ciudad, un médico en su turno…Curiosamente también este café tiene los orinales abiertos a todo el que entre solo para eso. No he sabido por qué no cobran los dueños”. Lo último lo anotó a propósito de un anciano de muy avanzada edad con traje de celador de los ochenta (café) y medallas navales que entra todos los días al lugar a vaciar su vejiga.

José no había apartado de sus piernas el maletín negro de cuerina y sus ojos oscuros y brillantes hacían juego con su bléiser verde zapote. Pese a que Álvaro estaba en la mesa siguiente, estos dos no se percataban de la presencia mutua. José llevaba su Coca Cola 350 mlt a la mitad y Álvaro estaba empezando su tinto servido en pocillo de Café de Colombia. Una vez que el embolador se fue, quedó espacio libre para que se vieran mejor los señores y tampoco fue posible que aclararan su memoria.

Álvaro señaló con discreción a un muchacho que acababa de ingresar. De unos 30 años, con chaqueta deportiva y cachucha ingresó a los orinales mientras que daba insistentes miradas alrededor. Luego se dirigió a la barra a saludar amistosamente a una empleada  con un lunar arriba de la boca que servía los tintos en la greca modelo 56 de tres grifos. Mientras que conversaba con ella, seguía mirando a su alrededor y luego se sentó en una mesa a encontrarse con otro compañero de su edad, prosiguiendo con la misma cacería que hacían sus ojos.

 “Dicen las lenguas que este café sirve también de encuentro para homosexuales. Ese muchacho viene muy seguido aquí.. Muchas veces cuando algunos hombres llegan a cierta edad avanzada sus instintos sexuales se tuercen por decirlo así, entonces aquí se conforman unas parejas de un viejo que es el homosexual por llamarlo así y su parejo que va a ser un hombre de menor edad que el.  Una vez un señor, se me acercó y me preguntó que si se podía sentar. Pues yo por supuesto ya berraco,  le dije que no, que gracias. Entonces, ese muchacho que te señalo, le gusta conocer muchos señores  aquí, a mi no se ha acercado, pero si lo he visto”.  Los meseros, sin hacer preguntas ni oponerse, hacen envíos de bebidas a otros señores de parte de otros.


Dando clausura al tema homosexual, ingresó al lugar un señor de vestido gris y aspecto avivado.  Álvaro lo llamó con alegría: “Jairo!” y Jairo se acercó saludando primero a José. Álvaro con más alegría y curiosidad dijo: “ Yo ya se dónde se conocieron ustedes dos, en el San Fernando??” “Si se acuerda del hombre?” “Claro” “Pero yo no estudié en el San Fernando. Se acuerda de las 'cadenas y el automático'?” “jajaja, si, esas eran las de la época”  “Se acuerda de don Blass?....”.

Un hombre solo que estaba en la mesa de atrás, tomaba en silencio su tinto, según Álvaro, día tras día se ubica en ese espacio y no se pone de pie sino hasta pasadas 3 horas. Felipe Pirela que sonaba de fondo, hacia juego quizá para el pero no para el feliz encuentro de los amigos.  “Se acuerdan de los Lozano? Los de la droguería Su锓Si, en la avenida sexta. Por donde quedaba el teatro.  “y si se acuerdan de Hugo Ospina? Está pensionado, es ingeniero electrónico”. “Yo a veces voy a las Cruces, pero esa calle ya está vuelta una olla” “Es que en la época en que nosotros estudiábamos era un barrio común y corriente y hasta buenas familias” “Habían muchachos chéveres, muy modernos. Con autos y mujeres”.  “Yo conocí el barrio Santa Fé, cuando era un buen barrio. “Sí, gente buena, y también donde estaban todas las queridas (risas)”. “Es que señorita, antiguamente, las mujeres que atendían los cafés eran hermosas, pero eran prostitutas paralelamente, y uno le tenía que pagar un monto al dueño del café, en aquella época unos 10 pesos, si uno se quería ir con ella por la noche”.

En el oscuro café, los viejos conocidos reconstruyeron cada calle, establecimiento y cada persona sin saber incluso si algunos la vida se les acabó o no. José que estando en la mesa solo parecía uraño y mezquino, se transformó al encontrar los constructores de su felicidad, lo mismo para los otros dos. El muchacho joven presuntamente homosexual no había logrado engancharse con nadie. Una vez fuera del lugar y tras haber estrechado la mano de los amables hombres, de nuevo se vió el sol de las 2 pm y el caos contemporáneo. Un reggaetón que se oía a lo lejos mató lo que había vivido un par de horas antes.

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