miércoles, 20 de enero de 2016

La de atrás






Era martes y había tomado desde la calle 127 un bus con dirección a Germania. El vehículo, ya viejo, tenía puestos acolchados, de esos en donde el cuerpo encaja perfectamente. La tarde estaba completamente soleada y la ventana dejaba entrar ráfagas de viento que refrescaban el ambiente. Como siempre ocurre en esos momentos confortables, temí que algo malo pudiera pasar. Pasó, pero no a mí ni a los míos.



Una muchacha que se sentó detrás y a la que nunca le vi la cara, recibió una llamada al celular y se desplomó. "No... no… no papito, cómo así? ay no... no… ay mi amor... no... no."  Colgó, e inmediatamente escuché la contracción de su materia nasal. Su respiración se agitaba como cuando los niños pequeños lloran con profundidad. Quise voltear a mirar, pero me gano la compostura y no lo hice. Me imaginé la cara de su papá, de su novio, de su hermano, de su amigo, de quien quiera que fuese la persona con la que habló.



En medio de la tarde que se iba y que seguía siendo grata al menos para mi, me imaginé que lo más probable es que haya sido una muerte, la muerte del papá de su novio, de la mamá de su medio hermano, de la amiga del amigo que ella conoció y que le cayó bien. Traté de imaginar todo pero seguía disfrutando de mi tarde.  Unos carros pitaron y simultáneamente la muchacha soltó otro coctel de llanto. Me pregunté si se trataba de la mujer que subió al bus un minuto después de mi o si era otra que ya estaba detrás de y de la que no me percaté. Pensé que si hubiera tenido un clenex le habría ofrecido uno, pero







luego me dije que yo no era capaz de hacer eso por vergüenza de ver su cara y de inmiscuirme en una situación que no me pertenecía.



Si, fue una muerte. Si se hubiera tratado de una pérdida de empleo, una expulsión, el embargo de una casa o algo por el estilo, la reacción de la muchacha habría sido de indignación, ese sentimiento que se expresa con furor en la voz, que nace cuando nos enfrentamos a algo tangible y con solución. Seguramente habría colgado y en medio de sus pensamientos habría sacado su maquillaje o se habría puesto sus audífonos para escuchar música. Pero incluso sin verla pude sentir su quietud.



Pude sentir el silencio de los demás pasajeros. Al igual que yo, no se acercaron ni hicieron comentarios al respecto. Tal vez también detectaron desde esa distancia que se trataba de la muerte. Simultáneamente se iban subiendo más mujeres al bus y sentí que perdí el rastro de la afectada. Ya no podría saber de quién se trataba en el momento de bajarme.




Al llegar a mi paradero di un vistazo a los asientos de atrás en busca de rostros femeninos, pero solo había un par de hombres dormidos. Me quedé con la duda. Pude haber sido parte del dolor de esta mujer, pero me mantuve al margen y preferí sólo imaginar. Una vez con los pies en la calle volví a recibir el sol con la misma tranquilidad con que lo recibí antes de escuchar la conversación.

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