martes, 28 de junio de 2011

¿Persiste la costumbre?


Nota

Marcela Ortiz Escobar

 
La puertecita café giratoria a modo que los turistas retiren los objetos que compraron sin ver el rostro de la mujer, sigue existiendo en el pueblo de Villa de Leyva en el Monasterio de las Carmelitas Descalzas. 

Sea mito o no, estas fueron las afirmaciones de la mujer de la mano:  "Salimos sólo cuando hay urgencias. Por ejemplo, cuando una hermana se enfermó, entonces hay que llevarla a exámenes y eso. Cuando hay acontecimientos, espectáculos, salir por salir, incluso a ver a la familia, no, la familia tiene que venir a visitarnos al convento. Tenemos una sala de visitas".

Algunos ajenos al Monasterio y de lengua más floja, dicen que mujer que entre allí por primera vez, no sale. Se espera un segundo viaje al pueblo para una completa investigación.

jueves, 16 de junio de 2011

El cementerio de la salud




Por: Marcela Ortiz Escobar  Abril de 2010

Esa mañana, los puntos cardinales en los cuales estaba parada en la carrera décima con calle primera sur, me arrojaban un edificio antiguo color rosado al oriente, y un lote con edificios blancos y grafiteados al occidente. El resto, entre casas, ferreterías y panaderías, el panorama no ofrecía nada parecido a un hospital.

Atraída por el grafiti en los edificios blancos de Ernesto Guevara , Alvaro Uribe con alas de murciélago al lado y un suero siendo cortado por unas tijeras y finalmente el letrero que confirmaba que era la sede principal, me encontré con un uraño celador que impidió mi ingreso al lugar.  En meses recientes, por órdenes del gobierno, el lugar fue oficialmente cerrado.

“Aquí habían inventado como una especie de museo para que la gente viniera a conocer la historia, pero se acabó. Era los domingos…no sabría decirle por qué pero si nos ordenaron no permitir el paso de nadie”.   La Alcaldía de Bogotá habría aceptado la iniciativa de adaptar algún pabellón como museo con algunas de las maquinarias y utensilios, de manera que los ciudadanos conocieran lo que fue uno de los centros de salud más importantes de Colombia, el Hospital San Juan de Dios.   Lo que no quedaba claro era la razón por la cuál el gobierno ordenó cerrarlo y mucho menos quedaba clara la razón por la cuál había algunas enfermeras y doctores dentro del lugar.

Siguiendo la ruta indicada por el celador Ingresé a un salón mayoritariamente vacío, con la única dotación de viejos pupitres, algunas mesas, un grupo de médicos y un par de personas de avanzada edad.  Difícilmente se comprendía lo que hablaban y tampoco se comprendía la razón por la que estaban atando una pita color azul en uno de los pupitres.  Una de las mujeres atendió mi saludo con más interés que el resto y pronto dibujo una amplia sonrisa y quiso contextualizarme. 

Margarita Castro era enfermera del hospital por más de 20 años. “Era el único hospital que hacía investigación en salud. Las innovaciones llevaban haciéndose por más de 446 años en todas las especialidades”.   Mientras oía su relato caminábamos despacio por los senderos en los que la yerba crecía sin cesar entre los ladrillos, para lograr recorrer los más de 15 edificios.  Desde afuera los vidrios agrietados y vencidos permitían ver con dificultad arrumes de camillas, aparatos y una oscuridad con pequeñas ráfagas de luz que dejaban ver las esporas. 

A lo lejos, Margarita señaló con entusiasmo el edificio de psiquiatría.  “Allí empezaron las investigaciones sobre formas de aplicar la psiquiatría. Maniobras de resucitación.. Pero fue triste ver cómo todo terminó con la Ley 100.  Señorita, hasta nos han dicho que somos colaboradores de la guerrilla”.  Como a Margarita, el resto de médicos no han recibido sueldo desde el 2000. Pese a sus múltiples quejas, las respuestas han sido las mismas según la enfermera e incluso a veces no hay respuestas siquiera. Las llaves de los pabellones fueron captadas por la empresa liquidadora, dejando todas las puertas con candado.

A medida que avanzábamos, la enfermera agilizaba y enriquecía sus relatos. Sin pausas, se refería a la importancia de que un sitio tuviera políticas públicas para todas las ciudades y que en primera instancia estaba la persona.  “El servicio se prestaba desde las familias de la persona enferma. Por ejemplo, para diagnosticar la causa de un a afección sea psiquiátrica o física, los médicos iban a las casas de las personas y determinaban si habían malas relaciones entre ellos o si la salubridad del lugar era apta.  Así, podían empezar a analizar con más objetividad el problema del paciente”.

Un campo de cemento dejaba ver en el piso una H dibujada con pintura blanca casi ilegible.  Sí, era una pista de aterrizaje de helicópteros. Margarita explicó que de todas las ciudades e incluso países de Latinoamérica venían para ser analizados y tratados. 

La Universidad Nacional desde hacia ya varias décadas, se asoció con el hospital para que los estudiantes de medicina hicieran sus prácticas y trabajaran allí. Por ende, los grafitis y las críticas al Estado que se divisaban en la pintura de Ernesto eran producto de ellos. Al igual que los médicos, también seguían frecuentando el lugar los estudiantes. Todos se reúnen para debatir sobre distintos temas y así mismo para seguir prestando servicio gratuito para la gente más desfavorecida de manera independiente. 

Al ingresar a la iglesia, había dos corchos grandes donde pegaban folletos de campañas para el cuidado e la salud para la mujer, ongs que protegen los derechos de la niñez, entre otras cosas similares.  Una mujer, y su hija, estudiante de medicina de la UN, saludaron con fervor a Margarita.  Al calor de un agua de panela dentro de la casa cural, hablaron por largo rato del problema de salud de la señora y de los esfuerzos de la hija por sacar adelante su práctica profesional. Todo allí transportaba a otra época; la nevera, color verde aguamarina y redonda,  era una vieja máquina de los años 60’s.  El televisor, grande y con patas rondaba la misma época y las olletas metálicas para servir las bebidas calientes.  “Aquí no ha entrado plata para nada. Todos estos utensilios tienen más de 20 años, pero lo bueno es que aun sirven”.

De nuevo en el exterior y caminando por el lado de el Edificio de Resonancia Magnética, la yerba había crecido allí más que en los otros lugares. “Hace unos 13 años aproximadamente importaron de Alemania un complejo innovador para la época, el Resonador nuclear magnético.  Tridimensionalmente se tenía la perspectiva del cuerpo humano y así se determinaba con más exactitud lo que había en el cerebro. Se está pudriendo del óxido ahí metido.  Sólo se usó una vez”.  La estructura del edificio está cubierta de plomo para aislar  radiaciones.

Un teléfono público de aquellos amarillos con rayas rojas que marcaron la moda durante tres décadas, yacía colgado en un poste de luz.  Al otro lado, un garaje albergaba tres carros. Un Mazda 626 modelo 99 y una camioneta Ford. “La liquidadora se quedó al parecer con esos carros, pero hace tiempos no los mueven de ahí, eso también está con candado”.  Más adelante una vieja ambulancia estaba mayoritariamente cubierta de óxido y una creciente ambiciosa de pasto la acorralaba.

A ratos se veían varios vigilantes observándonos de lejos.  “Ellos desconfían mucho de la gente que entra. Pero no se preocupe, lo importante es que usted no tenga cámara ni nada”.  Los hombres en cuestión caminaban en círculo bajo un mismo eje pero nunca se acercaban.  

Al día siguiente me dirigí a la calle 13 con octava, al viejo edificio de la empresa liquidadora para solicitar permiso para tomar fotografías en el lugar. Una vez el ascensor, uno de los primeros que tuvo Bogotá según el celador, que demarcaba los pisos con una palanca dorada, Ana Kanerina Gaula Palencia, agente liquidadora de cuentas, cumplió con darme una respuesta por escrito a mi domicilio.  En la carta, brevemente me explicaban que por mi seguridad ellos no podían permitir mi ingreso y menos con aparatos.  Si lo hacía no se hacían responsables.  Nunca  mencioné a la señora que ya había ingresado, pero necesitaba un permiso para que los celadores me dejaran ingresar cámaras.

Sean las razones que sean, el gobierno prácticamente declaró el hospital como zona roja.  Puede ser una manera de seguir evadiendo los sueldos atrasados de los médicos o es una posición objetiva tras las protestas poco pacíficas de los estudiantes de la U Nacional o por descuidos internos. El punto de esta pequeña investigación es que murió un sustancioso legado para el bienestar físico y mental de los ciudadanos.  


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